lunes, 26 de septiembre de 2016

Beato Gaspar Stanggassinger

Vamos a detenernos, ahora, en el sexto de los Redentoristas que la Iglesia nos propone como modelo de imitación. El nos enseña cómo caminar por la vida con los ojos puestos en Dios, al lado de Cristo, y siendo hermanos de todos. Se trata del Padre Gaspar Stanggassinger Hamberger. Recorramos, brevemente, las distintas etapas de su corta vida: niño bueno y sencillo; adolescente de carácter bien definido y hasta tenaz para salir adelante en las dificultades; joven alegre y comunicativo, entusiasta del alpinismo; estudiante de Teología fervoroso, amable y responsable; joven sacerdote, modelo de entrega y hecho «todo para todos». En fin, un Santo. Pasó por este mundo sin hacer mucho ruido, pero con una vida totalmente entregada a Dios y al prójimo.

GASPAR HASTA LOS 10 AÑOS 

Nace Gaspar el 12 de enero de 1871 en Berchtesgaden, conocida aldea alemana, situada en el sureste del país y, por ello, perteneciente a la región de Baviera. Ocupa el segundo lugar en una numerosísima familia de dieciséis hermanos. Es el mayor de los varones. Lo bautizan el mismo día de su nacimiento. Dice con gracejo, a este respecto, su biógrafo: «En aquel pueblo, no querían que un pagano pasara la noche entre ellos»; y menos en el seno de aquella familia que era, de verdad, ejemplar en lo humano y en lo cristiano.

El cabeza de familia se llamaba Gaspar Stanggassinger y la madre Crescencia Hamberger. El padre era un labrador acomodado y propietario de una cantera. Hombre hábil y enérgico. Durante muchos años desempeñó cargos públicos a nivel local. A la vez, hombre de profundas convicciones religiosas.

La madre era una muy buena esposa y madre; de espíritu alegre y profunda piedad, gran creyente y educadora cristiana de sus hijos. De ella dirá más tarde su hijo, nuestro Gaspar: «Desde la infancia ella me supo conducir a Dios».

El pequeño Gaspar comienza la escuela a los seis años. Era un niño agradable, como cualquier otro, pero en él comenzaba ya a despuntar un tesón y una responsabilidad poco comunes en tan tierna edad. De un talento normal, aunque, unos años más adelante, encontrará dificultades para el estudio. Los vencerá merced a su fuerte voluntad.

Desde muy pequeño siente el deseo de ser sacerdote; lo mantiene siempre hasta llegar a alcanzarlo. Ya antes de los nueve años venía sintiendo y manifestando tal deseo, pero a esta edad nos encontramos con un hecho que a muchos les puede sorprender. Es éste: en su diario nos contará que algo muy especial le pasó mientras ayudaba a misa el 21 de noviembre de 1880, y escribe así: «Vocación sacerdotal. Dios quiere que yo sea sacerdote».

A partir de aquella fecha, nos dirán sus familiares, son más frecuentes sus visitas, para rezar, a la capilla del Calvario que está cerca de su casa. Todo esto va sucediendo en el marco incomparable de Berchtesgaden y sus contornos. Lugar privilegiado de la naturaleza y que, sin duda, contribuyó a formar el noble carácter de Stanggassinger. Berchtesgaden era, por aquel entonces, una aldea de unos dos mil habitantes con hermosos y pintorescos alrededores. A su vera, el lago Königsse lugar de recreo para los turistas de entonces y de ahora. Encantadores valles y majestuosos montes alpinos. Entre estos montes el Schonfeldspitz, el Selbhorn, el Hochkalter, el Watzmann, el Alto Goll, el Hochthron. Todos ellos con más de 2.500 metros de altura sobre el nivel del mar, si exceptuamos al último que asciende sólo a 1975 metros. Alturas considerables para los que tratan de escalarlas desde Berchtesgaden, ya que esta localidad se encuentra a seiscientos metros escasos sobre el nivel del mar. Una comarca hermosa de verdad. Gaspar la comenzó a recorrer ya desde niño, pero sobre todo durante sus años de joven estudiante. Con otros jóvenes dedicará buena parte de sus vacaciones a recorrer todos aquellos parajes y conquistar, una y otra vez, aquellas majestuosas cimas desde donde le encantará rezar el Rosario a María.

Con razón escogería más tarde Adolfo Hitler estos lugares para solaz y descanso. Aquí pasaba largas temporadas. ¡Lástima que aquellas hermosuras de la naturaleza no fueran capaces de cambiar los instintos de aquel hombre!

SUS TRES PRIMEROS AÑOS EN FREISING 

Gaspar ya tiene diez años. Sus padres buscan un lugar donde su hijo se forme intelectualmente mejor que en el pueblo. Deciden mandarlo a Freising. Allí reside el sacerdote Roth, amigo de la familia Stanggassinger por haber estado de coadjutor en Berchtesgaden. Este sacerdote se compromete a alojar al niño en su casa. Desde allí irá todos los días a clase. El sacerdote Roth vivía con dos hermanas que, desde el primer momento, acogieron a Gaspar con cariño y se preocuparon de que se encontrara allí como en su propia casa.

Las dificultades vinieron por otra parte. Acusó el cambio de nivel en los estudios. Las matemáticas, de modo especial, le resultaban difíciles. Se aplicaba, pero no sacaba los frutos deseados. Algún profesor llegó a indicarle que aquel no era lugar para él y hasta le aconsejó que se volviera a su casa. Su mismo padre lo amenazó con llevarlo definitivamente al pueblo si no sacaba adelante el curso. El niño lloró, rezó, pero no se acobardó. A base de trabajo salió a flote el primer año y, merced al esfuerzo y a la constancia, superó los estudios en los dos años siguientes; no como niño prodigio, pero sí con unos resultados normales. Además, se hizo querer por todos: profesores, compañeros y, sobre todo, por el sacerdote Roth y sus hermanas.

INTERNO EN EL SEMINARIO DE FREISING

Al llegar a los trece años, Gaspar es admitido, como interno, en el seminario menor de Freising. Deja, pues, la casa del sacerdote Roth. Él tiene clara su meta; no es otra que el sacerdocio. Por eso, tanto sus padres como él piensan que aquel es el lugar adecuado para prepararse.

De este tiempo en el Seminario, nos dirán más tarde sus compañeros que «irradiaba una cordialidad atrayente y que siempre se le encontraba alegre». Por los mismos compañeros y por los profesores sabemos que seguía sin ser un chico prodigio en los estudios, pero sí un muchacho espontáneo y sencillo, muy natural en el trato y siempre dispuesto a compartir con los compañeros los juegos y las múltiples ocupaciones y preocupaciones estudiantiles. Las dificultades que, años atrás, tenía para el estudio, comienzan a desaparecer desde su ingreso en el Seminario. El primero de la clase no, pero sí uno de los aventajados. Esto debido, sobre todo, a su tesón y tenaz aplicación. Teniendo siempre presente su meta, se esforzaba, en aquel ambiente propicio del Seminario, por unirse cada vez más a Dios en la oración. Le gustaba hacer de sacristán y monaguillo, preparando el altar y ayudando a misa. Esto, tanto en el Seminario como en el pueblo, durante las vacaciones. Era frecuente verle ante el Sagrario de la capilla durante los ratos libres.

En este marco de preparación para el sacerdocio, hay que enmarcar el voto de castidad que a sus dieciséis años hizo con permiso de su confesor y profesor, el sacerdote Plenthner. Por esta época, 1887, comienza a escribir un diario espiritual que, bien examinado, nos va dando los quilates de su personalidad. Por este diario sabemos que era muy dado a acudir al Espíritu Santo, de quien dice recibir todo y al que invita insistentemente para que «entre en su corazón». Le pide también, fuerzas a fin de «estar siempre atento para conocer el bien y la verdad, y rechazar y aborrecer el mal y la falsedad».

Por su diario y por otros testimonios sabemos que a los dieciocho años tuvo la enfermedad del tifus. Estas fiebres tifoideas pusieron a Gaspar al borde de la muerte, pero recuperó la salud y de modo más rápido de lo normal. Muchos lo atribuyeron a intervención divina. La enfermedad le sirvió para entregrarse desde entonces más a Dios. Tanto que, en adelante, en sus escritos, al referirse a ella, nos dirá que en la enfermedad encontró su «conversión». Mas nos dice que fue en esta ocasión cuando vio con mucha claridad «la necesidad de refugiarse en el Corazón de Dios y de ponerse enteramente en sus manos».

El mismo año de las fiebres tifoideas, pasó por otra experiencia que apuntaló e hizo más firme aquella «conversión»: los ejercicios espirituales que, en las vacaciones, practicó bajo la dirección del jesuita padre Franz Hattler, gran propagador de la devoción al Corazón de Jesús. Su amor y entrega a Jesús se fortalecieron. El jesuita sabía encauzar bien esta devoción ya que Gaspar no se andaba por las ramas al referirse al Corazón de Jesús. Escribe: «Tengo que dirigirme a Él y amarlo con un amor enérgico». Y cuando sigue nombrando al Corazón de Jesús, lo hace pensando en el Dios-Encarnado, hecho hombre por amor a los hombres y amándolos hasta morir por ellos en la Cruz.

De esta perspectiva cristocéntrica arrancan sus reflexiones escritas, y que luego llevará a la práctica: «Si Dios me ha amado tanto, yo tengo que responderle con la misma moneda. Si Dios ha amado así a los hombres, yo los tengo que amar igual y sobre todo a los más pobres, pequeños y necesitados».

Otro dato que consigna, varias veces, en su diario durante estos años: su modo de pasar las vacaciones. Además de ayudar en los quehaceres de la casa, tenía una maña especial para reunir grupos de muchachos y jóvenes. Con ellos organizaba excursiones por aquellos montes alpinos que se elevan majestuosos por los alrededores de Berchtesgaden. Largas caminatas y costosas escaladas, con la recompensa de poder contemplar, desde las alturas, la maravilla de la naturaleza, tan pródiga en hermosura por aquellos lugares. Tenía Gaspar un don especial para que sus compañeros escucharan sus reflexiones religiosas y aceptaran con gusto el rezo del rosario y la visita a las iglesias de los poblados por los que pasaban. Una capilla de montaña era la preferida y frecuentemente pasaba a ser el centro de aquellas excursiones. Sanas maneras de pasar gran parte de las vacaciones que recordarán todos, más tarde, como «inolvidables».

Para concluir la reseña de estos seis años, consignamos que el 7 de agosto de 1890 termina Gaspar Stanggassinger su estancia en aquel Seminario Menor con la obtención del «Diploma de Bachiller». Camino de Berchtesgaden, se detiene en Munich, como hacía siempre a la ida y a la vuelta de las vacaciones, para visitar a la Madre de Dios en la iglesia del hospital Herzog. Llegado a Berchtesgaden, compra una pequeña talla de la Virgen de Oberkalberstein. Era una muestra de devoción y agradecimiento a María al terminar el bachillerato. Todos los años anteriores, antes de partir camino de Freising para comenzar el curso, se dirigía a la localidad de Oberkalberstein para postrarse ante la Virgen allí venerada y encomendarle su nuevo curso.

EN EL SEMINARIO MAYOR DE FREISING

Durante los años precedentes, Gaspar había tenido ya muy clara la meta que pretende alcanzar: él había estado y seguía preparándose concienzudamente para ser sacerdote. Pero ahora, al terminar los cursos de Humanidades, se presentaba en cierto sentido, la hora de la verdad, ya que, a partir de este momento, los nuevos estudios tenían que ser acordes con lo que pensara ser el día de mañana.

Hubo quien trató de insinuarle otros derroteros pero él les prestó oídos sordos. En su diario escribirá a este respecto: «Desde muy niño, siempre mi intención ha sido la de ser sacerdote». Su sitio pues, estaba bien claro: el Seminario Mayor para comenzar la carrera eclesiástica. ¿A qué Seminario ir ahora? En esto sí hubo titubeos. La duda estaba en decidirse por Freising, ciudad bien conocida ya por Gaspar, a casi cuarenta kilómetros al norte de Munich, o dirigirse unos cien kilómetros al norte, hasta Eichstätt. Personas cualificadas, amigas de la familia, le aconsejan que elija el Seminario de Eichstätt, ya que por aquel entonces gozaba de más prestigio. Gaspar oyó pareceres, pero al fin, eligió por su cuenta el Seminario de Freising.

Explicando esta decisión, escribe a un religioso amigo suyo: «La catedral de Freising ha sido para mí, durante nueve años, como mi segunda casa paterna y mi corazón se siente, por ello, muy unido a estos lugares». Quizá podamos adivinar también otros motivos a la hora de tomar esta decisión. Serían los que a continuación apuntamos: desde Freising tenía, sin duda, más facilidades para poder ver a los suyos. No es que estuviera Eichstätt exageradamente más distante, pero no dejaban de ser sesenta kilómetros más. Él amaba entrañablemente a su familia: a sus padres y a aquel enjambre de hermanos, todos menos una, menores que él. Además, dejaba en casa muy enferma a su hermana Zinsi, de catorce años, a la que quería de modo muy especial. Con ella durante las últimas vacaciones había pasado muchas horas rezando, charlando, haciéndole compañía y animándola. ¿No influiría todo esto en la elección de Freising? De hecho Zinsi morirá el 25 de octubre, sólo tres días después de ingresar Gaspar en el Seminario. Fue un duro golpe para él y para toda la familia. Decía él que ésta era su hermana más querida, era con la que más había hablado de cosas Santas.

Se sabe sobreponer buscando, como siempre, consuelo en Dios. Sabe ayudar y consolar también a su familia. A sus padres les escribe: «Zinsi nos dice: no lloréis y pensad que ahora me encuentro en buenas manos». Las dificultades para el estudio desaparecieron, como por ensalmo, al enfrentarse con los estudios superiores. El estudio de la filosofía le va, y lo mismo las ciencias afines que se estudiaban en el curso filosófico: ciencias físicas y naturales. El éxito del curso filosófico queda incluso superado al meterse con la Teología. El profesor de dogmática dice de Gaspar que estaba extraordinariamente capacitado para el estudio de esta disciplina. Justifica así la máxima calificación que le ha dado. El profesor de Sagrada Escritura dice lo mismo. El estudio de la Historia de la Iglesia sabemos que le cautivó de modo especial.

Estudia con interés y sabe cimentar su estudio en ideales altos. Lo va dejando bien claro en los apuntes y reflexiones que va anotando en su diario. Por su diario también podemos ver que estamos ante un joven que, ahora, a sus veinte años, se siente querido por Dios y con la gozosa necesidad de entregar todo su ser y obrar al Dios que le ama. Las notas que va escribiendo, nos muestran dos pibotes en torno a los cuales gira su vida espiritual: opción radical de seguir a Cristo y la firme convicción de que todo avance en el amor a Dios y al prójimo es un don gratuito. Y lo bueno es que todo esto lo vive con una sencillez extraordinaria pasando casi desapercibido. Se propone, y a fe que lo consigue, ser amable y educado con todos, a pesar de que su carácter es del estilo del de su padre, fuerte y enérgico. Esta energía y fortaleza la dirige a comprometerse seriamente con el estudio y a ser constante en su progreso espiritual. Se propone, además, huir de todo lo que sea llamar la atención y de todo lo que huela a exageraciones. Por eso escribía, estando ya en el segundo curso del Seminario Mayor: «Alégrate con los pequeños progresos. No pretendas hacer grandes cosas. Desconfía de esas elevadas cumbres y del afán por las cosas extraordinarias».

Ya hacia el final de este segundo curso, recibe las primeras Órdenes Menores. En concreto el 2 de abril de 1892. En su diario anota: «He llegado a ser clérigo por la gracia de Dios... Dios mío dame una verdadera inquietud y que no me falte nunca tu gracia».

DECIDE IRSE CON LOS REDENTORISTAS

En las vacaciones de 1892, tomó Gaspar una resolución irrevocable y definitiva: «Seré Redentorista». No vayamos a pensar que esto lo decidió a la ligera. Todo lo contrario. Fue una idea que tiempo atrás venía madurando.

El desgraciadamente famoso conflicto entre el Estado alemán y la Iglesia Católica, conocido con el nombre de Kultukampf, fue particularmente cruel con los Redentoristas, de los que se decía, desde el Gobierno de Bismarck, que eran una copia de los Jesuitas. Los Redentoristas alemanes tuvieron que emigrar a otras tierras. Un grupo de ellos se estableció, el año 1883, en Dürrnberg (Austria), en la frontera con Alemania, y a menos de diez kilómetros de Berchtesgaden.

Dürrnberg era un centro de peregrinaciones marianas. Allí fue muchas veces, ya desde niño, Gaspar. Siguió yendo en las vacaciones durante sus años de estudiante. En estas ocasiones acostumbraba a confesarse con los Redentoristas que atendían el Santuario, por los que se sentía especialmente atraído. Un amigo nos dirá que Gaspar «se sentía con los Redentoristas de Dürrnberg como en su propia casa». El mismo Stanggassinger dirá más tarde que, desde que se puso la sotana eclesiástica en el Seminario de Freising, siempre estuvo sintiendo el deseo de cambiarla por el hábito Redentorista.

Antes de su entrada en la Congregación ya era devoto de San Alfonso. Había leído algunos de sus libros. También había peregrinado hasta el sepulcro de San Clemente que se encuentra en Viena, en el convento Redentorista de Santa María Stiegen. Durante las últimas vacaciones había venido madurando la idea de irse con los Redentoristas, pero ni él mismo pensaba que iba a ser tan pronto.

Al concluir las vacaciones de verano de 1892, participa con un grupo de amigos en una de sus tan frecuentes excursiones de montaña. Se despide de estos amigos y se va, como peregrino, a Altötting para visitar y venerar la milagrosa imagen de la Madre de Dios que allí es objeto de culto. Rezando en aquel templo, nos dice él, siente que Dios le llama para que se presente, sin más demora, a los Redentoristas de Gars, a orillas del Inn. Allá se va inmediatamente y pide el ingreso en la Congregación. Queda citado para ingresar en Gars a principios de octubre. Faltaban ya pocos días para esa fecha. Vuelve a Freising para comunicar su decisión y despedirse de superiores y compañeros. A nadie extraña esta noticia. El rector del Seminario, quizá quien mejor lo conocía, le dijo: «No me has sorprendido, Gaspar. Desde que te conozco, he estado viendo claro que terminarías haciéndote religioso». A quien extrañó y contrarió esta decisión fue al que para Gaspar era la máxima autoridad: el Arzobispo de Munich. Le concede el permiso, aunque de mala gana. Tenía puestas muchas esperanzas en este joven seminarista de veintiún años.

SE DESPIDE DE SUS PADRES Y HERMANOS

Después de haberse despedido de tantas personas y cosas queridas en Freising, el 4 de octubre se va a Berchtesgaden para despedirse de sus padres y hermanos. No va a ser nada fácil. Gaspar lo sabe. La primera a la que comunica su decisión es a su madre: «Madre, me voy con los Redentoristas». «Pero, cuándo, hijo». «Pasado mañana». Su madre se queda perpleja. La noticia ha caído sobre ella como una losa. Muchos pensamientos pasan por su mente y entre ellos, sin duda, el de la difícil situación económica por la que estaba atravesando aquella numerosa familia, a causa de unos contratiempos últimamente acaecidos. Siendo religioso Gaspar, ya no les podría ayudar económicamente. Si fuera sacerdote secular, podría llevarse con él alguno o algunos de sus hermanos. Pero la madre, mujer de fe y de buen temple, se aviene enseguida y se somete a lo que ve que es la voluntad de Dios.

Había que comunicarlo al padre. Esto era mas difícil. Madre e hijo convienen que el momento más oportuno será al finalizar el rezo del Santo Rosario. Toda la familia, de rodillas, rezaba diariamente el Rosario y otras oraciones al caer la tarde. Han terminado el Rosario. Gaspar sigue de rodillas. «Padre, tengo que comunicarle una cosa». «¿Qué quieres comunicarme?». «Pasado mañana me voy para Gars con los Redentoristas y le pido, ahora, su consentimiento y bendición para entrar en el convento». El padre no se lo podía creer. Al final de aquel rosario se planteó una de las situaciones más tensas por las que atravesó aquella familia. El padre pasó por momentos de perplejidad, de genio, de recriminaciones, de silencios. No se hacía a la idea. ¡Tan contento y satisfecho que estaba él con su hijo, a pesar de los gastos que con él había tenido durante los largos años de estudios en Freising! Y ahora le venía con éstas. La ayuda que, con razón, esperaba del hijo para ir solucionando los últimos reveses económicos, se venían por tierra. Más aún, él, metido en política como estaba, no podía ver con buenos ojos que su hijo se fuera con los Redentoristas. ¡Qué iban a decir de él! La Congregación del Santísimo Redentor había sido prohibida en Alemania por las leyes dimanadas del Kulturkampf y aún quedaban resabios de aquella prohibición. «No Gaspar. No puedo aprobar lo que me pides». «Padre, debo hacerlo. Es la voluntad de Dios. La Virgen me dice que debo ser Redentorista». Los hermanos, también de rodillas, se unen a la petición de Gaspar: «Papá, deja marchar a Gaspar». Ha pasado una hora. La madre manda a todos a la cama y allí quedan, Gaspar, de rodillas, y su padre. Pero el padre no cede. No le prohibe marcharse pero tampoco lo aprueba ni da su bendición. Pasarán varios años para que el padre se sienta satisfecho con esta decisión de su hijo.

EL NOVICIADO

El 6 de octubre de 1892 ingresa Gaspar en el Noviciado Redentorista de Gars. El 26 de este mismo mes escribe a sus padres y hermanos. Entre otras cosas les dice: «Compartid conmigo la alegría que siento. Me encuentro bien. No he sentido el más mínimo arrepentimiento por haber seguido la voz de Dios». El 29 de noviembre viste el hábito Redentorista.

De las notas que va tomando en su diario se ve claramente que hizo su Noviciado con mucha responsabilidad y que no se anduvo por las ramas: «Yo puedo, quiero y debo ser Santo». Todo su esfuerzo lo encamina a «hacer la voluntad de Dios», conforme al espíritu genuino del Fundador, San Alfonso. Ve que la voluntad de Dios está, para él, en hacer bien las cosas sencillas de cada día. Escribe: «Por su fidelidad a las cosas pequeñas, los Santos llegaron a ser Santos».

Por él mismo sabemos también, que tuvo por entonces una auténtica noche oscura del alma: comenzó a sentir cansancio y apatía por todo. Su oración le parecía más imperfecta y menos intensa que antes de su entrada en la Congregación. Todo le produce disgusto, nos dice: «La oración, la lectura espiritual, la comunión y hasta el recreo». Nunca le había pasado cosa igual. A pesar de todo, permanece firme en la fe aunque le falten los consuelos. Escribe por aquel entonces: «La verdadera paz del alma consiste en hacer pura y simplemente la voluntad de Dios aunque nos ponga en la obscuridad y la desolación». Esta oscuridad desapareció pronto, como él mismo nos dice, y vinieron días más tranquilos.

El 16 de octubre de 1893 pronunció sus votos religiosos. Para ello, Gaspar y sus compañeros se trasladaron a la localidad austríaca de Dürrnberg. Aquí, en el convento de los Redentoristas, que ya conocía de antes, hizo su Profesión Religiosa. Aún quedaban rescoldos del Kulturkampf y los superiores no se atrevieron a celebrar en tierras alemanas aquel acontecimiento. Dürrnberg, aunque en Austria, dista muy poco de Berchtesgaden, y allí fueron sus padres para abrazar al hijo en tan memorable día. Su padre, después de un año, ya se había ido haciendo a la idea de que aquel era el camino para su hijo. Pero aún no del todo convencido. Su madre sí estaba gozosa de ver tan contento y entusiasmado a su hijo. Con ocasión de su Profesión Religiosa, escribe Gaspar en su diario: «Ahora la alianza con Dios se ha realizado. Pertenezco ya totalmente a Dios, a su Santísima Madre, a San Alfonso y la Congregación del Santísimo Redentor».

EN EL ESTUDIANTADO REDENTORISTA

Los dos años que transcurren desde su Profesión hasta su Ordenación sacerdotal fueron realmente intensos y bien aprovechados. Estos dos últimos cursos los hace en Dürrnberg. Allí se preparan una veintena de jóvenes Redentoristas bajo la guía de padres competentes.

Al principio tuvo Stanggassinger, ahora le llamaban así siempre, ciertas dificultades para seguir la marcha del curso con sus compañeros, mejor preparados, en general, que él. La seriedad y el rigor en los estudios eran allí excelentes. Prácticamente todas las clases eran en latín en el que, tanto profesores como alumnos, se desenvolvían sin ninguna dificultad. El latín de Stanggassinger estaba más a ras de tierra. Pero, dado su interés, fue haciéndose a los nuevos métodos y sus resultados académicos fueron buenos desde el principio, y en progresión.

El profesor que, durante este tiempo, más impactó al joven Stanggassinger, fue, sin duda, el Padre Eugen Rieger. Era éste prácticamente un anciano, pero de una fuerte personalidad, con un método de enseñanza sobrio, pero profundo y de rigor ciéntífico. Del padre Rieger toma Stanggassinger dichos y frases que traslada a su diario. Son frases lapidarias que le ayudan a fortalecer su personalidad y a reforzar sus convicciones religiosas. Entre muchas, podríamos entresacar algunas: «Al hombre no lo hace sabio y sensato el decir muchas cosas sino el pensar y reflexionar seriamente». «El estudio serio y concienzudo ayuda a purificar la fe». «El estudio de la Teología, sin rezar, convierte con facilidad a uno, en un loco peligroso».

Las clases y los métodos especulativos del padre Rieger iban bien para el carácter serio y responsable de Stanggassinger. Pero a la vez muestra especial interés y entusiasmo por las clases y estudio de las asignaturas que le preparan más directamente para el ministerio pastoral con las gentes. Esas clases eran, sobre todo, las de Teología moral, Teología pastoral y las prácticas de preparación para la predicación.

Con respecto a estos dos años, tenemos el testimonio de los superiores y compañeros, unánimes al afirmar que se ganó la amistad de todos, que era un trabajador incansable, compañero agradable y religioso ideal. De este tiempo son, entre otras muchas, estas frases y resoluciones que entresacamos de su diario: «Ser amor o no ser». Y esto queda concretado así: «El que ama a Dios se identifica totalmente con lo que Él quiere». Pero Gaspar sabe que a Dios se le ama concretamente en el hermano y por eso continúa: «Quiero ser amable, indulgente, pacífico; no quiero causar molestias a nadie. Quiero amar cordialmente a mis hermanos. Quiero medir las palabras. Me propongo no sermonear a nadie; no juzgar a los otros, ya que eso le toca a Dios y Dios trata a mis hermanos con mucha misericordia; quiero mostrarme afectuoso con todos». Esto escribía; pero lo bueno es que, según el testimonio de los que con él vivieron, lo que escribió en su diario era un fiel reflejo de lo que después hacía y practicaba, además, como siempre, de un modo natural, sin llamar la atención. 

POR FIN, SACERDOTE

Fue recibiendo a su tiempo, todas las Órdenes Menores y el Subdiaconado. El 21 de septiembre de 1894, recibe el diaconado.

Y llega, por fin, la fecha por la que había suspirado durante toda su vida: El 16 de junio de 1895, recibe la Ordenación Sacerdotal. Esta Ordenación fue en la catedral de Regensburg (Ratisbona), a donde tuvo que trasladarse para ello. «Soy sacerdote por la gracia de Dios», anota en su diario. Días antes, durante los ejercicios espirituales preparatorios para la Ordenación, había trazado, también en el diario, el programa de su futuro: «Mi única intención al recibir el sacerdocio, es la gloria de Dios y la salvación de las almas; por ello me entrego enteramente a la voluntad de Dios. Que los superiores dispongan de mí para lo que ellos juzguen más conveniente; me someto a su voluntad, tanto si me destinan para la enseñanza en el Seminario, como si lo hacen para las misiones; y lo mismo, sea aquí o lejos, en cualquier parte del mundo. Con la gracia de Dios quiero hacerme todo para todos. Por gusto, yo escogería dedicar mi vida a la predicación entre los pobres, los indigentes, los humildes… ¡Quiero ser un instrumento en manos de Dios y esto sólo lo conseguiré allí donde me coloque la obediencia!». ¡Imposible tener mejores intenciones y mejor disponibilidad!

Una semana después de su Ordenación, lo encontramos en su tierra natal. Ha ido para celebrar su primera Misa con los suyos. Mucha fiesta, mucha alegría. Pero es ahora cuando se entera Gaspar con claridad, de la difícil situación económica por la que viene atravesando su familia. Esto, como es natural le causa mucha pena; tanto más cuanto que él nada puede hacer para remediarlo. Ayuda sí, con sus consejos y anima a sus padres y hermanos a seguir siendo buenos cristianos como en los tiempos en que nada faltaba en casa.

Ha terminado aquel día de fuertes emociones. Ya de noche, se recoge en su cuarto, reza completas y, antes de acostarse, escribe una carta al Padre Provincial. Entre otras cosas le dice: «He terminado el día de mi primera misa, en mi pueblo. Acabo de rezar completas. Solo ya en mi cuarto, doy gracias al buen Dios, a su Santísima Madre, a nuestro padre San Alfonso, por los favores que he recibido; yo que no soy más que un pobre hombre. Nunca hubiera sospechado lo que es y experimenta un sacerdote en el altar si no lo hubiera experimentado por mí mismo. Después de la Consagración me embargó como un temblor tan grande y tan íntimo que no me dejaba acertar a hacer las cruces al pronunciar las palabras: Hostia pura, Hostia Santa, Hostia inmaculada, a pesar de mis esfuerzos por controlarme». Con estas reflexiones escritas, terminó el día de su primera Misa en Berchtesgaden. 

CUATRO AÑOS DE SACERDOTE FORMADOR 

La disponibilidad manifestada en los ejercicios espirituales preparatorios para su ordenación tiene ocasión de ejercitarla bien pronto.

El primer destino del joven Padre Stanggassinger es ser profesor y prefecto en el Seminario Menor Redentorista de Dürrnberg. Ya sabemos que él hubiera preferido ser misionero en activo y no le hubiera desagradado el ser enviado con este cometido a tierras lejanas.

Por aquel entonces estaban yendo numerosos Redentoristas alemanes a tierras de América del Sur. La Provincia Redentorista Alemana del Norte (Provincia Renana) estaba mandando sujetos extraordinarios a Argentina, donde se fueron abriendo nuevas casas después de la primera fundación en Buenos Aires, en 1883.

Lo mismo estaba haciendo la otra Provincia, la del Sur, denominada Provincia Bávara o de Munich. A ésta pertenecía el P. Stanggassinger, como es natural. Esta Provincia escogió Brasil como campo de siembra evangélica. Los primeros Redentoristas que llegaron a Brasil en 1894, comenzaron su apostolado en el Santuario de la Aparecida: «Nossa Senhora da Conceiçao Aparezida». Buenas bases supieron poner aquellos primeros Redentoristas en este lugar, Santuario de la Virgen, en orden a la evangelización. La actividad misionera que desde este Santuario han ejercido y ejercen, hoy día, los Redentoristas, es una de las más relevantes en el mundo católico. Detrás de esta primera fundación, vinieron otras y ya en 1905 se abrió en Penha el Noviciado.

El fervor misionero estaba a flor de piel, por aquel entonces, en los Redentoristas de las dos Provincias alemanas, y, de modo especial, en el joven Padre Stanggassinger. Pero ya lo hemos dicho, su destino estaba en el Seminario Menor Redentorista. Será Prefecto, para ser como la mano derecha del Director, y Profesor.

Toda su actividad la centra, desde el primer instante, en formar integralmente a aquellos muchachos y jóvenes que la Congregación le ha encomendado para que los prepare a ser Misioneros Redentoristas. El Padre Stanggassinger profesor comienza con las ideas bien claras. Suyas son las siguientes palabras en su primer día de clase: «Hoy vengo a esta clase para ser vuestro profesor, porque es la voluntad de Dios, manifestada por medio de los superiores. Mi deseo era haber sido enviado a misiones; pero la voluntad de Dios es ésta y gustoso la acepto. Comienzo esta etapa de mi vida sabiendo que se me encomienda una muy noble tarea: nada menos que la de formar futuros misioneros».

Stanggassinger no será pues Misionero de vanguardia, pero sí educador-formador de misioneros. Estos lo recordarán más tarde, y nos dirán que nadie como él para despertar en los alumnos el entusiasmo misionero. Se ajusta a un horario apretado de clases. Se le encomienda el entonces llamado «tercer curso de latín». Jóvenes con una edad media de dieciséis años. Con ellos tiene las clases de alemán, latín y griego. Además, clases de religión en varios cursos, y otras clases de las llamadas «disciplinas accesorias». Hay que añadir el gran trabajo que se imponía de corregir, diariamente, los cuadernos de los alumnos. Para esto tenía que emplear, normalmente, las horas de la noche, cuando los jóvenes ya estaban acostados, ya que como Prefecto no quedaba libre hasta entonces. Él se las arreglaba para sacar tiempo de donde fuera y preparar y perfeccionar así sus clases. Los alumnos decían que las daba como nadie, sobre todo por la claridad y el entusiasmo.

También recuerdan la paciencia ilimitada que tenía con los alumnos menos aventajados. Les repetía las cosas y hasta les animaba manifestándoles las dificultades que él mismo había tenido en sus primeros tiempos de estudiante. Tenía un don especial para relacionar las cosas de la clase con la vida práctica y con lo referente a la vida misionera. Los alumnos son los que han contado múltiples anécdotas con las que sabía amenizar sus clases. Y así los cuatro años de su joven sacerdocio.

El Padre Stanggassinger educador-formador: es el mismo que como profesor. No distingue y trata siempre de formar integralmente a sus jóvenes y muchachos. Se preocupa y lee libros que tratan de temas pedagógicos. Toma numerosos apuntes y lleva a la práctica lo anotado. Muchas de esas ideas las entresaca del famoso teórico de la educación, el obispo francés Dupanloup: «Es necesario crear estímulo en los jóvenes estudiantes». «Hay que esforzarse en orientar sus sentimientos y su voluntad, y huir de obligarlos por la fuerza». «Lo fácil es castigar; lo efectivo es hacer que reconozcan sus faltas y errores». «El educador se ha de convencer de que poco hace pero mucho puede suscitar». «Hay que acostumbrar a obedecer no por obligación sino por convicción». «El que trata de educar ha de tener siempre como consejeras a la tolerancia, a la paciencia y a la entrega».

Llevar a la práctica estos principios en aquellos tiempos y en el ambiente en que se movía el P. Gaspar era una verdadera maravilla. Él lo consiguió. Es verdad que, al principio, siguiendo las costumbres de la época y el modo de obrar de los compañeros, tendió hacia la severidad; pero bien pronto cambió de método y se convirtió en el educador «atrayente y cordial» del que hablan los que le conocieron. Se había propuesto muy en serio, y lo había escrito en su diario «Ser servidor de todos». Por eso sigue escribiendo: «Si alguno de los alumnos llama a mi puerta, aunque tenga que interrumpir múltiples veces mi tarea, no debo manifestar ningún desagrado, sino que debo recibir a cada uno con ánimo alegre, como si no tuviera absolutamente nada que hacer».

Con estos propósitos, escritos y cumplidos, no es extraño que se captara la entera confianza de sus alumnos formandos. Uno de ellos escribirá más tarde: «Sobrecargado de trabajo como estaba, su puerta siempre la encontrábamos abierta. Lo mismo que un padre cariñoso, se había ganado la confianza de todos nosotros y todos acudíamos espontáneamente a él. Se sentía satisfecho sonriendo y de esta forma se comportaba durante todas las horas del día».

Recuerdan también aquellos sus muchachos como se preocupaba, de modo especial, de los que caían enfermos: «Continuamente iba a la enfermería, animaba a los enfermos, rezaba con ellos, les contaba cosas incluso personales para así hacerles el rato agradable». Siguen contando cómo en una ocasión, uno de ellos cayó muy enfermo, tanto que, en pocos días, aquella enfermedad consistente en una tuberculosis pulmonar, se lo llevó al cielo. «El Padre Stanggassinger, nos dicen, no sabía separarse de él, tanto de día como de noche. Llegamos los demás compañeros a sentir como una especie de santa envidia, porque nos decíamos que quien tuviera la suerte de tener a su lado en el lecho de muerte al P. Stanggassinger, tenía segura la entrada en el cielo».

El Padre Stanggassinger como prefecto: era el que acompañaba a los alumnos seminaristas a todas partes. Los despertaba por las mañanas, los acostaba por las noches. Iba con ellos al comedor, los acompañaba en los recreos, organizaba los juegos y deportes, salía con ellos tres veces por semana de paseo, organizaba con frecuencia excursiones que calificarán, los que con él las hicieron, de «inolvidables». En estas excursiones era todo un experto. No en vano había sido su deporte favorito, desde niño, hasta su entrada en la Congregación, habiendo recorrido palmo a palmo los hermosos parajes de su tierra, y todos los altos montes alpinos de los alrededores de Berchtesgaden.

Como digno de mención, nos recuerdan aquellos jóvenes que «jamás pegó a nadie». Entonces estaba muy de moda ese método. Mas aún: «Manifestaba gran respeto con nosotros y si tenía que corregirnos, procuraba hacerlo en privado». Un alumno nos contará que, en cierta ocasión, el P. Stanggassinger le impuso un castigo porque pensó que había hecho una fechoría. Resultaba que no era culpable. «Cuando se enteró el Padre de su error, dice el interesado, se puso de rodillas delante de mí, estando todos presentes. Dijo que se había equivocado y me pidió que lo perdonara. Yo estaba tan emocionado que se me llenó la cara de lágrimas». ¡Cómo no se iba a hacer querer si era esta su manera de obrar!

Como compañero, miembro de una comunidad religiosa, el Padre Stanggassinger estaba siempre dispuesto a ser «todo para todos». Además del trabajo que ya hemos visto, llevaba la contabilidad del Seminario, hacía de secretario de Estudios, se le encargaba redactar los estatutos de la Comunidad, trabajaba casi hasta la extenuación con motivo del traslado del Seminario a Gars.

Tenía un tino especial para limar asperezas entre los miembros de la Comunidad. Como siempre, hay tensiones entre los congregados mayores de la casa y los profesores del seminario, más jóvenes y emprendedores. Un compañero dice al respecto: «El hecho de ser capaz, a pesar de la diversidad de caracteres y opiniones, de ponerse de acuerdo con todos, es una muestra de la inteligencia y de la capacidad de discernimiento que poseía». Otro nos dice: «Era un reformador en el mejor sentido de la palabra. Sabía esperar el momento oportuno y de esta manera obtener siempre los mejores resultados».

Era como el punto medio y de apoyo entre los innovadores más jóvenes, a veces demasiado exaltados, y los superiores y mayores que veían peligros por todas partes en cualquier reforma. A los primeros les hacía ver la conveniencia de la calma y hasta con firmeza supo censurar a algunos por el modo irracional y excesiva insistencia a la hora de proponer y exigir los cambios. Y eso que él estaba de acuerdo con lo que se deseaba conseguir. A los segundos procuraba tranquilizarlos y lo conseguía.

Todo lo dicho hasta aquí tenía unos apoyos profundos: ni más ni menos que su vida interior. Hizo de su vida y de su actividad una permanente oración, a la que dedicaba en el silencio, largos ratos. El cumplimiento de la voluntad de Dios era como el eje de su vida ya que, según decía: «Ser Santo no es más que vivir haciendo la voluntad de Dios».

Su vida espiritual estaba, además, adornada con el colorido de una devoción, nada noña, y sí muy entrañable a María. «Ella, dice, es la que mejor sabe llevarnos a Jesús». No en vano, había aprendido esta devoción desde muy niño, cuando, con sus padres y hermanos, rezaba diariamente, de rodillas, el rosario.

Su actividad apostólica hacia fuera fue escasa. Las ocupaciones encomendadas por la obediencia no se lo permitían. Aun así, no desaprovechó las oportunidades que se le ofrecieron: algunas predicaciones en lugares cercanos y sobre todo, con cierta frecuencia, dedicación al confesonario. Se notaba especialmente concurrido cuando el P. Stanggassinger se sentaba en él. Si no fue un Misionero en activo, sí lo era en la retaguardia y de modo especial, como ya hemos repetido, formando a los futuros Misioneros. Esta tarea la tenía en grandísima estima y por eso escribió lo siguiente: «Cuidar y ayudar a que se desarrolle la vocación en estos jóvenes seminaristas, es más que convertir a grandes pecadores y más que predicar brillantes misiones». Veía en ellos, naturalmente, a los Misioneros del mañana.

ÚLTIMOS DÍAS Y MUERTE DEL PADRE STANGGASSINGER

Las leyes del Kulturkampf no tienen ya vigor. Los Redentoristas alemanes esparcidos por algunas naciones europeas, poco a poco, se han venido integrando a su Alemania de origen. Hacía algún tiempo que también se venía pensando en trasladar el Seminario de Dürrnberg (en Austria) a Gars (Alemania). Esto se llevó a cabo el verano de 1899. Quien cargó con el peso mas fuerte, en todo lo que suponía aquel cambio, fue el Padre Stanggassinger.

Los rumores que, por los días del cambio, comenzaron a correr de que el Padre Stanggassinger iba a ser el primer rector del nuevo Seminario de Gars, eran fundados, como se confirmaría más tarde. Pero iba a resultar que los superiores propusieron y Dios dispuso de otra manera.

El 11 de septiembre de 1899, él y los alumnos de Dürrnberg se trasladaron a Gars am Inn. El día 13 tiene lugar la bendición y la inauguración de aquel Seminario que ha perdurado hasta nuestros días. Por la tarde de ese mismo día, comienza Stanggassinger los ejercicios espirituales de comienzo de curso. Los predica y dirige él. Los termina, aunque ya no se siente del todo bien.

Como hay tanto que hacer en aquellos comienzos de casa, sigue trabajando y en realidad más de lo que debiera. El día 22, durante el recreo con los alumnos, se siente sin fuerzas y tiene que sentarse. Éstos le rodean, charlan y le preguntan si es verdad que ha sido nombrado Director. Él, sonriendo, responde: «Quizá muy pronto me veré libre de ese cargo». Esa noche la pasa con fuertes dolores de vientre. El 23 se tiene que quedar en cama. El 24 se levanta para celebrar la Misa en la enfermería. Luego charla con el enfermero y toda la conversación discurre sobre temas espirituales. Durante la conversación se siente muy mal. Ruega al Hermano que avise a la Comunidad y que le administren la Unción de los enfermos. El Hermano lo anima. Le dice que no es necesario y que se acueste. Llaman al médico y éste diagnostica apendicitis. La enfermedad sigue su curso. Los dolores siguen arreciando. Por la tarde vuelve el médico y ya diagnostica peritonitis. Ya no había remedio.

Hoy día si se declara la apendicitis no es difícil solucionar el mal: se opera cortando el apéndice y ya está, salvo complicación. Por aquel entonces no se operaba; por eso, si el apéndice enfermo reventaba, venía la infección del peritoneo y a continuación la muerte segura. Era esta la enfermedad a la que llamaban, por lo menos aquí en España, el «cólico miserere». Se aludía así a que había llegado la hora de entonar el salmo de difuntos que en latín comienza por la palabra «miserere».

Este mismo día 24, llegó a Gars el nombramiento oficial: El Padre Gaspar Stanggassinger Hamberger había sido nombrado Director del recién estrenado Seminario. No eran momentos para celebrarlo con fiestas.

El 25 se le administra el Sacramento de los enfermos. Le visitan unos alumnos y los anima a que sean fieles a su vocación: la de Misioneros Redentoristas.

A la una de la madrugada, ya del 26, comienza a delirar. Todo su delirio discurre por cosas piadosas. Hasta recita, en voz alta, parte de una de las conferencias predicada por él en los últimos ejercicios: «Queridos, honrad y amad a la buena Madre de Dios. Visitad a Jesús oculto en el Sagrario: id allí para comunicarle vuestras preocupaciones».

Después de esto, se quedó como inconsciente. A las dos de la madrugada volvió en sí y ansiosamente pidió la comunión. Se la trajeron. Se preparó para ella y dió gracias recitando las oraciones de San Alfonso, que sabía de memoria. Luego se quedó tranquilo y a cada rato se le oía o se le adivinaba recitar jaculatorias. El pulso se le iba debilitando, hasta que exhala el último suspiro.

Eran las cuatro menos cuarto de la madrugada del 26 de septiembre de 1899. Moría en la flor de sus veintiocho años. Le faltaban tres meses y medio para cumplir los veintinueve.

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